Por qué fracasa la lucha contra el COVID-19

Sin ánimo de hacer una paráfrasis del libro Por qué fracasan los países, de los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson, me permito inspirar en la obra, al menos en la directriz que marca su título, como una forma de licencia para amplificar su aplicación a la crisis que azota a la humanidad, originada por la pandemia del COVID-19 que se inició a finales del 2019 en la ciudad de Wuhan, de la provincia china de Hubei.

Basado en el argumento central del texto de los citados autores, en la que argumentan por qué hay países que alcanzan el desarrollo y otros no, aducen que eso ocurre porque en unos hay instituciones económicas de naturaleza inclusivas que generan prosperidad y riqueza; mientras en otros, las instituciones son de las del tipo extractivas y acaban produciendo estancamiento y pobreza.

Acemoglu y Robinson explican que en los países se dan instituciones económicas y políticas de carácter extractivas cuando tienden a concentrar la riqueza y el poder entre los pocos que conforman las élites; en contraposición con las instituciones inclusivas, que promueven una mejor redistribución de la riqueza y pluralidad en el poder.

Entonces, por qué hay países que han tenido mayor éxito temporal en el combate contra el COVID-19 y otros no. Acaso es por su posición geográfica, por su clima, por su gente, la raza o porque acaso sean desarrollados. Existe evidencia de que la temperatura ni favorece ni perjudica la expansión de la epidemia por coronavirus, que afecta a blancos como a negros o amarillo, que hace más daño a los que tienen precondiciones de salud y la edad, que afecta a los del África, como a los de Europa, Asia o América y a ciudadanos de territorios con altos niveles de vida, como también a los de bajo nivel de ingreso.

Países con distintos niveles de desarrollo han tenido éxito temporal en la contención del COVID-19 y entre las razones se encuentran, disponer de un sistema de salud pública robusto y de alcance, adopción temprana de medidas sanitarias -como detección a tiempo y equitativo de los casos de contagios-, políticas firmes de aislamiento y seguimiento y de distanciamiento físico, confianza en el gobierno, unidad de propósitos, cooperación ciudadana, respeto y priorización a las recomendaciones de los expertos.

En contraposición, países que han bajado la guardia, que disminuyeron y relajaron las medidas restrictivas en forma insegura, están padeciendo de un repunte en el número de contagiados y fallecidos o no han reducido la tasa de positividad a niveles que muestren una tendencia hacia el control de la expansión del COVID-19, que se da cuando se logra mantener por debajo del 5.0 %, conforme lo establece la Organización Mundial de la Salud (OMS).

La tasa de positividad en la República Dominicana en promedio de los últimos 7 días se ubica sobre un 10.0 %. Es importante recordar que la evidencia métrica internacional indica, que entre más alto es la tasa de positividad, más probable sea que el país no identifique una gran proporción de casos y lo propio acontece también, cuando la cantidad de pruebas no son suficientes.

Muchos países hoy día tienen más casos activos de contagiados que en marzo, abril y mayo, meses considerados a nivel mediático como críticos de la situación pandémica por coronavirus en el mundo. Tal es el caso de Dominicana, que a la fecha los activos contagiados superan los 22 mil, cuando previo a la reapertura eran 5,961, evidenciando que el modelo de gestión en la crisis sanitaria ha estado muy por debajo de lo previsible y acontecido, con el agravante que simultáneamente lo acompaña una situación adversa en su economía.

Hasta que no se desarrolle una vacuna efectiva y se distribuya en forma masiva o un medicamento eficaz para combatir el COVID-19, tendremos pandemia. Mientras tanto, el arma más favorable que disponen los ciudadanos está en sus propias manos, la de mantener el distanciamiento físico, el uso de mascarilla y la higiene, al tiempo que, en lo macro, las autoridades establezcan reglas y las hagan cumplir, como una obligación de nueva normalidad. Si lo extrapolamos al resto del mundo, solo si en cada país se controla la epidemia, se dominará la pandemia en forma segura.

La reapertura de la economía y de muchas otras actividades en forma insegura, aduciendo que había disminuido la tasa de contagio y que la población requería de sus trabajos, produjo una ilusión sanitaria, basada en la temporalidad favorable de algunos indicadores y creó una falsa vuelta a la normalidad en los ciudadanos. La mejor muestra de lo afirmado, es lo que está aconteciendo actualmente en varios países de Europa y en los Estados Unidos.

La lógica argumentativa de la reapertura privilegió los beneficios económicos sobre la vida de los ciudadanos, ello sin importar el valor estadístico monetario que pueda tener la vida, ya sea en las personas de los países desarrollados, en los que están en vías de desarrollo o los de ingresos muy bajos.

Resulta aparente la disyuntiva entre salvar vida vs. salvar la economía. Después de la vida no queda nada; en cambio, luego del colapso de la economía, con la gran Depresión que se inició en el 1929 o la crisis financiera del 2008, el despegue y la recuperación se alcanzaron. A la crisis económica de ahora le llegará el turno y se rescatará lo perdido, pese a la inexactitud de las estimaciones en tiempos de incertidumbre, como el que se vive en la actualidad.  

El afán de salvar la economía puede ocultar el afán de las élites de continuar su labor extractiva a la que aluden Acemoglu y Robinson en el libro citado. Pongamos un ejemplo, en el país como política pública se promueve el endeudamiento de la familia para la ocupación hotelera y evitar el cierre del turismo. La iniciativa además de promover el endeudamiento irresponsable en la familia, por destinarse la deuda al consumo improductivo en momentos de contracción económica severa, olvida que el turismo en la actualidad es una condición de doble vía: el control del COVID-19 en forma simultánea en el país y el resto del mundo. 

Como segunda muestra está la estrategia Marca País lanzada recientemente para favorecer a los agentes económicos vinculados fundamentalmente a las exportaciones, el turismo y la inversión. Sobre la estrategia, pertinente es preguntarse, ¿cuál es el sentido de oportunidad en la actual crisis sanitaria que afecta al mundo, tratar de posicionar a Dominicana en el mercado internacional, en momento que cada país prioriza mirar hacia dentro y no hacia afuera?.

En contraposición, en términos sanitarios para controlar la epidemia en el país en forma permanente nos preguntamos, cuál es el seguimiento que se le da a los contagiados, cuál es el monitoreo a los aislados, cuándo se ha mantenido control estricto sobre el uso de mascarillas en lugares públicos, qué medidas se toman en los aeropuertos a la entrada de los viajeros y, cuándo se harán en forma sistemática las prometidas 7 mil pruebas diarias para detectar el COVID-19.

El número de fallecidos en el país supera los 2,290, resulta una cifra nada despreciable y podría ser una muestra negativa del fracaso en la apertura económica parcial e insegura, dispuesta a partir del 20 de mayo de 2020 y la débil política sanitaria. Antes de la reapertura, el número diario de contagiados ascendía a 169 y el de fallecidos a 5, luego de la reapertura, esos indicadores subieron a 671 y 10 por día, respectivamente.

Las medidas sanitarias no han sido inclusivas, privilegian a los que más pueden; mientras la reapertura económica tiene vocación extractiva, porque favorece los beneficios económicos sobre la vida.

Siempre que se permita el relajamiento inseguro de las medidas sanitarias y prevalezca el afán de privilegiar lo de salvar la economía sobre salvar vidas, la lucha exitosa contra la epidemia será efímera. El repunte de los contagiados en Europa y Estados Unidos nos ofrecen la respuesta anticipada a lo que podría ocurrirle a la República Dominicana.  

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