Escribir un trabajo con el título economía química implicó algunos dilemas, uno de ellos fue por dónde comenzar a desarrollarlo, la respuesta encontrada es la aplicación que tiene la economía en otras ciencias, incluyendo por supuesto a la química; pero buscando la solución a esa pregunta, apareció un problema mayor, invertir los papeles, en cuanto a cómo la química se puede aplicar a la economía.
Respecto a la primera, la química en su objetivo de inventar, descubrir o elaborar un producto que implique estudiar la composición, estructura, y propiedades de la materia; así como su relación con la energía, lo hace con el firme propósito que estos le sean útiles a la sociedad; pero para ello se requiere que tenga factibilidad económica.
En la determinación de la factibilidad económica de un proyecto de cualquier naturaleza, en este caso químico, medido tanto por el lado de los costos como del precio y la demanda, es que aparece la economía en su papel auxiliar que sirve de herramienta para definir la rentabilidad o no de lo que procura la química; pero que lo requiere también ante todo el inversionista para emprender un proyecto.
Es ahí donde radica la relación entre la economía y la química, en la aplicación de la primera sobre la segunda; pero ¿y lo contrario?, esto es, la aplicación de la química a la economía.
Hasta donde ha llegado el conocimiento, la química no tiene aplicación en la economía, habida cuenta que esta no requiere de elementos o materia orgánica ni inorgánica para su ejercicio, de lo que necesita es que haya recursos escasos para su racionalización y determinación de beneficios sociales o privados.
El economista tiene serias limitaciones para entender el comportamiento de los fenómenos químicos; pero lo propio le acontece al químico, al presentar grandes insuficiencias para conocer los acontecimientos económicos, preñados de políticas económicas que a su vez poseen un alto contenido filosófico e ideológico, componentes que no tiene la química.
En el caso dominicano, el tiempo se ha encargado de presentar un ejemplo, que probablemente no aparezca en ninguna otra parte del mundo, el de llevar al laboratorio donde se diseñan parte de las políticas públicas, en este caso la económica, a un profesional que solo tiene cultura económica general; pero si es un profesional de la química, no solo porque ha sido catedrático universitario; sino también, porque en una ocasión demostró que la tinta que usaría la Junta Central Electoral en unas elecciones presidenciales no era indeleble.
Lo de cultura económica no es en la acepción peyorativa de la expresión; sino porque es la única explicación que habría para entender cómo un actor de primera línea que fomentó la expansión del gasto hasta hace apenas dos años, alabó el crecimiento económico y la reducción de la pobreza en el país, ahora es un crítico.
Reconozco que en política muchos entienden que todo se puede para lograr los objetivos, y el de conseguir una nominación a un cargo público es un derecho que a nadie se le puede negar; sin embargo, de ahí a querer lavarse las manos como Poncio Pilato es mucho decir.
Solo si se le da crédito a la interpretación del papel de Pilato cuando procedió a consultar al pueblo, en cuanto a condenar a Jesucristo o a Barrabás, conociendo Pilato con anterioridad que a Barrabás previamente se le había otorgado la libertad mediante la consulta pública, y que por lo tanto estaba en capacidad de conocer en forma a priori los resultados de la condena al hijo de Dios, se podría entender la conducta asumida por el profesional de la química, ahora aspirante por vez primera a la nominación de la candidatura presidencial.
La conducta podría tener explicación en el escenario que solo el profesional de la química tuviera conocimiento en forma anticipada del plan para intentar de desacreditar, o en grado menor, sumarse a la corriente de los que han promovido la descalificación de quien fue su jefe durante 12 años.
En mi caso, suscribo la opinión que no es lo de Pilato que explica la conducta del ingeniero en química; sino que esa profesión no le provee las herramientas para poder entender las intríngulis de las decisiones de política económica como por ejemplo, que una solución fiscal en un momento puede evitarle consecuencias negativas al país; pero esa decisión en cuanto a su utilidad se agota y hay que sustituirla por otra, entender solo eso, podría permitirnos comprender el desconocimiento temático que se advierte y que lleva a pronunciamientos infelices de alguien que aspira.
Existe un hilo muy fino entre el hacedor e implementador de políticas públicas, para lo primero no es suficiente poseer cultura general sobre un tema, se necesita saber identificar variables, calcular sus indicadores, saber modelar situaciones, tomando en consideración factores, conocer del componente ideológico que no solo acompañan la determinación de cuáles variables e indicadores usar, realizar análisis y establecer un diagnóstico; sino también del diseño de política económica para abordar el diagnóstico.
El implementador de políticas públicas en cambio, su perfil pudiera estar más por el lado gerencial, aunque la situación ideal es la combinación de ambos, y cuando se le presentó esa oportunidad cuando dirigió a la otrora CDE, los resultados no le favorecen, pues entre hacedor e implementador de políticas publicas existe un trecho muy grande, tan grande como el del químico y el economista.
«Zapatero a tus zapatos»
esta del culo