El compositor de pluma fina, Pablo Milanés, escribió en el año 1975 la canción “La vida no vale nada”. En atrevimiento de mi parte, la interpreto como una composición que puede resumirse, en que la inacción consciente del hombre frente a hechos presentes o por venir, hacen que la vida del indiferente no valga nada. La paráfrasis de las letras de la canción, viene a propósito, de la situación embarazosa de reabrir la economía o mantener el confinamiento para detener la propagación letal de la epidemia del Covid-19 en el país.
Parecería un dilema para una persona, presentar una discusión entre elegir la apertura de la economía y controlar la crisis sanitaria que causa muertes sin distinción social, económica, edad, sexo o raza. Sin embargo, no es un dilema, porque la opción de elegir la muerte no deriva en ningún beneficio ni presente ni futuro, es solo dejar de existir; en cambio, mantener el cierre de la economía hasta la reducción y control de la epidemia, presenta la ventaja de posibilitar en menor tiempo y costo, la recuperación de la vida económica de la empresa, sin importar lo severo del impacto financiero.
Para la política pública, el elegir entre la vida humana o el cierre de la economía, tampoco debe ser una disyuntiva. Al priorizar la vida de las personas sobre el mantenimiento del cierre de la economía hasta al menos contener la epidemia, potencia la posibilidad de una recuperación económica con el menor costo financiero y menos traumas en términos sanitarios y humanos.
Al medir el impacto económico de la política pública sobre el cierre de la economía, tenemos el dato que necesitamos para desplegar los esfuerzos para su posterior recuperación. La profundidad del coronavirus hará que dependiendo de la fortaleza de las finanzas públicas y empresariales y de la duración y expansión de la epidemia, nos tomemos más o menos tiempo para la recuperación, pero al final se logrará con el concurso de todos.
Hacer algo como el confinamiento y el distanciamiento social para preservar vidas humanas, es accionar, no importa cuán profundo sea el costo económico…entonces la vida vale algo. Accionar favoreciendo a las unidades económicas –sin contar con la infraestructura y logística en salud- por sobre la vida de la gente, revela ausencia de ética.
Afirmar que la vida vale algo, puede sugerir que tiene un valor estadístico monetario y ese es un esfuerzo que matemáticos y estadísticos han tratado de acercarse con varios métodos de cálculo, como manera de ayudar a la toma de decisiones de invertir en los campos público y privado y todo lo que implica los beneficios y costos que acarrea la inversión, especialmente, cuando determinados niveles de riesgos exponen a la vida humana a una mayor posibilidad de muerte. Medir el valor estadístico de la vida para compensar riesgos, tiene su validez.
Pero en realidad la vida no tiene precio, pese a que hay un mercado legal o ilegal de órganos o también, porque el médico haya desahuciado al paciente y éste decida no seguir gastando una fortuna, como insinuando que ese es su valor, o porque la empresa pague mayor salario por los trabajos más riesgosos para la vida, queriendo decir que el sobre salario es el tope del valor de la vida, o en la construcción de una carretera con menos estándares de seguridad para abaratar costos, porque la probabilidad de accidentes fatales es menor que en otras.
Por distintas razones, en particular la ética, preservar la vida humana debe ser innegociable, no debe ser un dilema para el hacedor de políticas públicas. El derecho a la vida está consagrado en la Constitución y frente al principal derecho que tiene una persona, la vida, los gobiernos, en la presente coyuntura por la pandemia del coronavirus, se vieron tentados, a decidir entre el confinamiento o dejar a la economía funcionar, esta última, bajo la premisa, que al final todos o la gran mayoría íbamos a desarrollar inmunidad al Covid-19.
Por convicción, casi todos los gobiernos se decidieron por el confinamiento y sacrificaron la economía. Ahora, los gobiernos, ya sea por interés político de unas elecciones, por presión empresarial o porque los indicadores económicos negativos resultantes no sean luego el recuerdo de la población a futuro, se están viendo tentados a abrir la economía, bajo el pretexto de que la tasa de contagio está disminuyendo y que la curva de la epidemia comienza a aplanarse.
Mientras, la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha advertido que relajar el confinamiento sin la absoluta seguridad de que se tiene el control de la situación sanitaria, podría perderse lo logrado y generar una nueva ola de la epidemia del Covid-19, más aun, cuando no hay evidencia de que los contagiados hayan desarrollados inmunidad al tipo de virus que afrontamos.
En el país la esperanza de vida es de 75.6 años, la edad promedio de los fallecidos por coronavirus al 2 de mayo es de 60 años y asciende a 326, la cantidad total de contagiados fue de 7,578, el número de pruebas de 30,102, promediando durante las últimas dos semanas algo más de 900 al día. Conforme a un estudio del Centro de Ética Edmond J. Safra de la Universidad de Harvard, indica que para reabrir la economía norteamericana de manera segura, se necesitarían entre 500.000 y 700.000 pruebas diarias, de tomarse ese parámetro como referencia, en dominicana tendríamos que realizar 15,000 pruebas al día.
Basado en la esperanza de vida, el valor estadístico monetario del dominicano, promedia –según nuestro calculo- alrededor de RD$ 21,697,512. Aunque resulte inútil el dato del valor estadístico monetario, para determinadas tomas de decisiones de invertir resulta relevante, como por ejemplo, un paciente con Covid-19 en estado de grave a crítico, puede tener un costo de hostilización de hasta RD$ 1.5 millones, por lo que, preservar la vida de una persona, supera con creces el referido monto o cualquier otro que se pueda ofrecer.
Para reabrir la economía no solo se debe tener el propósito de no perder empleos, de que las empresas no cierren en forma definitiva, que se aumente la oferta, se requiere previamente contar con una infraestructura de salud en equipos, indumentarias, medicamentos, logística, recursos financieros, mayor cantidad de pruebas y de seguimiento profesional a los contagiados y a los que han estado en contacto, que permitan afrontar la actual magnitud de la epidemia, e incluso, un previsible aumento a causa de la apertura de la economía, que implica un relajamiento en el distanciamiento social.
En el país, pese a que la tasa de contagio se ha ido reduciendo como tendencia, hasta situarse en 1.040 al 2 de mayo, no significa que la epidemia esté libre de expandirse. Cuando la tasa de reproducción del coronavirus se situé por debajo de 1 durante un tiempo y las autoridades garanticen un conjunto de medidas para que la situación no se revierta, consideraría razonable la reapertura de la economía. Priorizar la reapertura de la economía en forma no segura, es considerar que la vida no vale nada.