La deuda pública que nos deja el COVID-19

Nunca antes la deuda pública en los países había sido impulsada en forma tan significativa por una causal vinculada a una epidemia en la dimensión nacional y de una pandemia de alcance mundial. En general, el pasivo de una economía lo genera el déficit fiscal recurrente, el déficit en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos, la depreciación del tipo de cambio, entre otras.  

Así como el confinamiento dispuesto por la emergencia en todo el territorio nacional ha sido uno de los recursos fundamentales para tratar de detener el COVID-19, también ha sido el causante principal en la elevación de la deuda pública a niveles máximos históricos en el país.

El fenómeno del incremento de la deuda pública en tiempo de COVID-19 no es exclusivo de la República Dominicana, lo propio le acontece al mundo, al punto que su participación se ha elevado de un 83.0 % del PIB en 2019 a 98.7 % del PIB en 2020, lo que significa, que no solo ha crecido en un 15.7 %, sino que, además, casi iguala al tamaño de la economía mundial.

En el pasado el aumento de la deuda había sido objeto de fuertes críticas. En la actualidad, movido por el convencimiento generalizado de que la deuda es el único vehículo a mano para poder solventar el gasto público, ante la caída de los ingresos corrientes y divisas, al tiempo también, de las presiones sociales por ingresos monetarios de sobrevivencia y de las unidades económicas para que estas no colapsen por la interrupción de su flujo de caja y compromisos financieros, el financiamiento es visto como el salvavida de la economía.

Como el aumento del endeudamiento público ha sido necesario por la coyuntura del confinamiento y paralización productiva, podría albergarse la creencia de que el incremento del financiamiento no ocasiona dificultades y que la economía podría continuar endeudándose sin parar, sin darnos cuenta de que podríamos estar viviendo la burbuja de la deuda, la que nos hace creer que no estamos tan mal, que estamos volviendo a la normalidad y que la recuperación económica ha llegado.

Resulta que, como burbuja en algún momento despertaremos cuando el endeudamiento no pueda continuar ni a la velocidad a la que se contrae ni en el crecimiento del monto y, entonces, nos daremos cuenta que la deuda no es la solución permanente, aunque si ha sido un paliativo a la situación de contracción económica ocasionada por el confinamiento obligado.

La previsión de las necesidades brutas de financiamiento contemplada en el presupuesto nacional para el 2020 sin COVID-19 era de RD$ 246,295 millones, equivalente a un 5.0 % del PIB y la presión de la deuda fue estimada en un 42.9 % del PIB; sin embargo, la magnitud de la caída de los ingresos corrientes, así como también, la demanda por más recursos para el gasto público, obligó a las autoridades a realizar cuatro modificaciones al presupuesto anual, en la que se incluyeron los nuevos financiamientos.

En tiempo del COVID-19, la deuda pública ha servido para sostener y aumentar el gasto público, circunstancias que la ha llevado a alcanzar máximos históricos, en ocasión también por la caída de los ingresos presupuestarios. Amerita reconocer que, si no hubiera sido por el aumento del endeudamiento, la caída del PIB en 2020 fuera superior al -6.0 % estimado, de igual manera, el nivel de pobreza resultaría mayor que el 6.0 % que ha aumentado y que la desigualdad en la distribución del ingreso monetario se hubiera también agravado.

Naturalmente, el tipo de endeudamiento que se ha incurrido, acarrea costos no solo de orden financiero, por el aumento del servicio de la deuda a futuro, sino, además, porque una parte importante de la deuda se ha destinado a gasto corriente y este resulta improductivo e insostenible, por la ausencia de capacidad para generar ingresos que soporten posteriormente el pago de la deuda.

En los últimos 20 años, la deuda pública del sector no financiero pasó de US$ 3,243 millones, un 13.5 % del PIB en el 2000, a elevarse a US$ 6,584 en el 2004, equivalente a un 28.4 % del PIB, después en el 2008 a US$ 11,219 millones, representativo de un 23.3 % del PIB, en el 2012 a US$ 19,463 millones, para un 32.0 % del PIB, posteriormente continuó creciendo para el 2016, al situarse en US$ 24,757 millones, igual a un 35.3 % del PIB y al 2019 se elevó a US$ 35,942 millones, para un 40.4 % del PIB.

Evolución de la deuda del sector público no financiero

En US$ y % del PIB

Año2000200420082012201620192020*
Deuda3,2436,58411,21919,46324,75735,94243,192
% PIB13.528.423.332.035.340.454.9
 Per Cápita3867431,2092,0102,4573,4704,128

Fuente: Elaborado en base datos página Web de la Dirección General de Crédito Público.  * A octubre

Con la llegada del COVID-19 al país, la deuda pública durante el 2020 se ha colocado en US$ 43,193 millones, equivalente a un 54.9 % del PIB, significando que, en tan solo un año, el tamaño del financiamiento se ha incrementado a un máximo histórico de US$ 7,251 millones y en términos del PIB, un 14.5 %, lo que evidencia también, a un aumento en la velocidad del endeudamiento gubernamental.

La tasa de crecimiento de la deuda del sector publico no financiero durante el 2020, hace elevar también a su máximo histórico el endeudamiento per cápita, al situarlo en US$ 4,128, cuando para el 2000 era de US$ 386.0, en el 2008 de US$ 1,209, en el 2016 de US$ 2,457 y en el 2019 de US$ 3,470. De manera que, la deuda per cápita en la República Dominicana durante los últimos 20 años se ha elevado en US$ 3,742, multiplicándose por más de 10 y en lo que va del 2020 en US$ 658.0.

De la narrativa construida acerca del comportamiento de la deuda pública, podría afirmarse sin riesgos a la equivocación que, en la historia contemporánea de la deuda, nunca como ahora había acelerado tanto su velocidad en un solo año, creciendo sobre el 20.0 % y, además, nunca como en el presente la deuda que cada dominicano lleva sobre sus hombros habría sido tan elevada. 

En el país la epidemia del COVID-19 nos ha dejado una epidemia de deuda, que se ha visto facilitada por las bajas tasas de interés en el mercado internacional, la predisposición de los acreedores para colaborar con las naciones a afrontar la crisis sanitaria y económica por la que atraviesan; pero estas condiciones favorables provocan desafíos, como los de la posibilidad de atrasarse en el servicio de la deuda y, también, la probabilidad de reestructurar la deuda. Estemos atentos, para que la epidemia de la deuda no se convierta en una sindemia. 

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