No lo confundas, no se trata de un indicador, menos de un parámetro, es una señal conductual, por eso nos referimos a índice y específicamente al del miedo, tomándoselo prestado a la jerga bursátil que data del 1993 y que expresa la volatilidad del índice de S&P 500, como confianza o miedo de los inversionistas en el mercado de los contratos futuros a 30 días y que dentro del rango de 0 a 100, cuando se acerca a cero es muestra de confianza y en la medida que se aleja o se aproxima a cien, es señal de pánico. Dicho en forma resumida, el índice del miedo puede medir lo que los mercados de capitales y de productos esperan en el futuro cercano.
En los mercados de capitales y de productos, los inversionistas al momento de mostrar una posición corta, aprecian la señal que exhibe la volatilidad y la toma como advertencia. Si es baja o con tendencia alcista sostenida, se interpreta como tranquilidad en los mercados; en cambio, si la caída es pronunciada o con tendencia bajista sostenida, es sinónimo de pánico o miedo.
Esta opinión hace un esfuerzo por trasladar el índice del miedo de los mercados bursátiles a un índice del miedo por Covid-19, como una manera de apreciar la conducta ciudadana frente a lo que ha sido el comportamiento de la epidemia por coronavirus que azota al país desde marzo del 2020, tomando como indicador a la tasa de positividad y al parámetro establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que estableció un umbral en mayo del presente año.
Era domingo uno de marzo del 2020, cuando el ministro de Salud Pública anunciaba el primer caso de Covid-19 en dominicana, dieciocho días después, el presidente de la República declaró el estado de emergencia nacional por coronavirus. Para entonces, el miedo se expandía y se apoderaba cada vez más de la población, siendo los únicos recursos preventivos que disponían el distanciamiento físico, el confinamiento y la higiene en forma simultánea y que por primera vez se asumía en el país como conducta colectiva.
El miedo como una premonición al riesgo basado en lo imaginario o real, pasaba para el caso de la pandemia por Covid-19 a tener fundamento real. Se sabía de su capacidad de contagio y letalidad, frente a la ausencia de una vacuna o un medicamento para curarlo, por las noticias que se transmitían con carácter instantáneo a la ocurrencia, sin importar que aconteciera en el lejano Oriente donde se originó –Wuhan/Hubei, en China- o más cercano a Dominicana, como en los Estados Unidos.
Mientras se mantuvo la emergencia nacional con el cierre de la economía –exceptuando las esenciales- y de las actividades educativas, recreativas, culturales, sociales y deportivas, el miedo al contagio por Covid-19, se constituyó en un aliado para disminuir la capacidad de propagación de la epidemia. Sin embargo, cuando las medidas comenzaron a relajarse, sin garantías de seguridad sanitaria, bajo la modalidad de la desescalada, la población fue perdiendo el miedo, al asumirse en forma progresiva una conducta social y laboral casi con la normalidad de antes.
La interacción social, incorporación al trabajo, movilidad vehicular pública –con la única condición de uso de mascarilla y en ocasiones, con dos metros de distancia- han propiciado que la población cada vez más “regrese a la normalidad” y con ella a la pérdida del miedo, comportándose como si no existiera coronavirus o subestimando los riesgos que implica contagiarse.
El comportamiento de la población como en los tiempos de normalidad, ha sido una manifestación que podría encontrar su explicación en los hechos ciertos de que la mayoría de los ciudadanos residen en hacinamiento, en “soluciones” habitacionales inadecuadas, en clima caluroso y el prolongado tiempo en confinamiento, estas condiciones crean una especie de embudo social, donde para unos pocos encontraban formas de esparcimiento en su ancho espacio, mientras que la mayoría se encuentran con la realidad de espacios estrechos.
El embudo social al encontrar desparramarse con licencia para volver a la normalidad, se ha desbordado y la gente ha tendido más a valorar la “libertad”, que ha considerar el riesgo que implica contraer el Covid-19, pese al aumento en la cantidad de contagiados y de fallecidos en todo el territorio nacional.
La principal fuente de información para medir el tamaño de una epidemia, como la del Covid-19, es el número de pruebas que se apliquen. En el país, la cantidad de pruebas que se realizaron ha ido en aumento, pero no fue sino hasta principios de septiembre, cuando comenzaron su aplicación cercana a las 7 mil diarias, como es lo recomendable por el tamaño de la población que tiene el país.
La tasa de positividad, al ser un indicador relativo, permite apreciar el comportamiento de la epidemia sin importar si las pruebas aplicadas son suficientes; en el caso dominicano, el nivel de positividad hasta la desescalada se movía en forma zigzagueante, en un rango de un 16.0 % a un 23.0 %, luego de la reapertura, el comportamiento ha sido más consistente dentro del rango de un 27.0 % a un 32.0 %, muestra de la incidencia de la conducta más libre de la población, al desmontarse el confinamiento social.
La OMS en mayo del 2020 estableció como parámetro para considerar si la pandemia por Covid-19 está controlada, el umbral de tasa de positividad de un 5.0 %, a partir del cual, en la medida que se aleje la referida tasa, la situación del contagio es cada vez más grave. Al juzgar por la tasa de positividad del caso dominicano, esta ha pasado de un 16.0 % hasta un 32.0 %, indicativo de que el país se encuentra lejos del umbral que indica control sanitario y más bien se puede tipificar como deterioro de la epidemia.
Llámese desescalada o reapertura progresiva de la economía, la población dominicana asumió la disposición gubernamental como señal de que la situación sanitaria estaba controlada, la que sumada a la necesidad de sobrevivencia y esparcimiento social por parte de la ciudadanía, perdió el miedo de la interacción social y laboral, sin que tuviera fundamentada en una baja en el indicador de la tasa de positividad por Covid-19.
Cuando el 6 de marzo el mundo conoció que la cantidad de contagiados había superado los 100 mil, fue una noticia destacada por la prensa internacional. Esta semana que en la República Dominicana la epidemia por coronavirus alcanza igual cifra y el número de fallecidos se eleva sobre los 1,850, llegando las defunciones hasta más de 30 diarios, los ciudadanos se movilizan casi como si nada pasara, señal de que no hay miedo y si lo hay, es poco.
El índice del miedo, útil para la toma de decisiones por parte de los inversionistas en el mercado bursátil y que en la modalidad del Covid-19, también contribuyó a disminuir su capacidad propagadora, hoy al subestimarse, como si los riesgos han desaparecido del territorio nacional, el pánico por contagio es cosa del pasado, con el agravante de que su desaparición no está sustentada en una disminución sistemática de la tasa de positividad, cercana al umbral del 5.0 % establecido por la OMS.
Al parecer, para la población dominicana, el Covid-19 es menos contagioso y letal que antes, a juzgar por la pérdida de miedo y de la señal que envían con su comportamiento, como presagiando un futuro cercano libre o con poco riesgo, pero no basado en al menos el indicador de la tasa de positividad, que no muestra mejoría.
interesante por demás el enfoque de tu articulo, al no ser yo economista puedo pedir permiso y aventurarme en al plano subjetivo y decir que si el indice del miedo al COVID-19 para el mes de marzo era de 9 tomando el rango del 1 al 10 y decir que al momento actual podría ser este indice estar entre 2 y 3????
Pienso que podría ser entre 3 y 5. Gracias por leerlo y formularte preguntas