Probablemente el que lea el título de este artículo diría que lo tomé prestado a la arquitectura, por aquello de diseño retro; pero no, de lo que se trata es de incorporar un término que tiene aplicación a tantas áreas como la imaginación lo permita. Aquí uno de esos intentos que he denominado economía retro.
Fundamentado en que retro es lo que está “hacia atrás” a que evoca el pasado, muchos afirman que hacer algo en el presente que haya acontecido en el pasado es estar desfasado o también, pensar que las cosas que acontecían en otros tiempos son mejores que las del presente. Sobre esta aparente contradicción la Biblia tiene un pasaje que arroja entendimiento en Eclesiastés 1:9 que afirma: “Lo que fue eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol”, entonces no debería resultar extraño observar hoy cosas del ayer.
Un caso internacional que muestra lo de economía retro es la reforma tributaria impulsada por la administración del Presidente de los Estados Unidos, Sr. Donald Trump en 2017, que emulando la reducción impositiva del impuesto sobre la renta y de capital a partir de 1981 del entonces presidente, Sr. Ronald Reagan, fundamentada en la teoría/curva de Arthur Laffer, que promovía reducción de impuestos logrando impulsar crecimiento económico.
En el plano local, el esfuerzo de ir hacia la economía retro el punto de partida pudiera ser lo afirmado por la calificadora de riesgos Moody’s, acerca del estatus que ha alcanzado la deuda soberana dominicana que la coloca entre las economías que han presentado mejoras en su calificación, una noticia positiva para el clima de inversiones. El argumento básico que utilizó Moody’s fue que el PIB dominicano ha crecido en forma importante durante varios años.
No obstante a la veracidad de la afirmación de Moody’s para los hacedores de políticas públicas y agentes económicos, la aseveración debe verse también desde el otro lado del disco, el B, pues así como el PIB ha crecido durante los últimos diez años a una tasa acumulada de 48.2%, la deuda pública del sector no financiero ha manifestado la misma tendencia hacia el alza; pero a una magnitud mayor al alcanzar el 284.0 %.
El crecimiento de la deuda es una expresión de déficit financiero del presupuesto de la nación que con frecuencia han tenido que cubrirse con deuda originando que el gasto de capital pierda espacio frente al corriente. Para 1990 la composición de la clasificación económica del gasto era
de 50.0% para el corriente y 50.0% para el de capital; sin embargo, a octubre de 2017 es de 85.0% corriente y de capital 15.0%.
La pérdida de calidad de la composición del gasto público desde el enfoque de la clasificación económica va en desmedro de la inversión de capital que al ser productiva genera patrimonio, al tiempo de hacerla autosostenible; en cambio el gasto corriente solo ocasiona gasto improductivo al no agregarle valor al patrimonio nacional.
El deterioro del gasto presenta una invitación para mirar hacia atrás, haciendo que la política presupuestaria se vuelque hacia el equilibrio en términos de su composición, si es que se aspira a no generar espacios para una eventual crisis de deuda, de ejecutarlo así estaríamos haciendo economía retro, que sería una buena forma de emular el pasado.
El hecho cierto que el gasto público presenta una carga fija rígida, además de crecientes demandas sociales y necesidades materiales por atender y que la evasión y elusión fiscal junto con el gasto tributario sean altos provocan que el presupuesto nacional se formule con necesidades brutas de financiamientos crecientes. Ese estado representa un desafío que invita volver al pasado cuando se contaba con presupuestos con menor financiamiento, como el de 2008 con 3,0% del PIB; en cambio para 2017 es de 4.7% y para 2018 de 5.5%, desmontar los requerimientos de deuda es hacer economía retro.
De igual manera, evocar el pasado en la variable deuda pública como % del PIB también es hacer economía retro, pues como en 2000 ese coeficiente era de 13.5% y a septiembre de 2017 es de 39.4%, sería aconsejable regresar a niveles inferiores, al menos desde la perspectiva de crear espacios fiscales internos que no provengan de deuda, tampoco del crecimiento de la economía en su papel de denominador, sino de los ingresos corrientes de vocación permanente.
En varias gestiones gubernamentales las autoridades han estado haciendo esfuerzos administrativos para reducir la evasión fiscal, pero al final los resultados terminan siendo zigzagueantes y no consistentes, razón que debe obligar a elevar el nivel de sanciones para quienes hacen prácticas fraudulentas a fin de reducirla. La evasión del ITBIS era de 27.0% para 2007 y en 2017 es de 42.0%; esta elevación es un desafío para la economía retro.
La presión tributaria para 1997 era de 16.1% y en 2016 fue de 13.7%, retornar al nivel anterior e incluso hasta más alto, es hacer economía retro; lo propio con el gasto público/PIB, cuando en 2000 era de 13.0% y a 2016 de 17.0%, hacerlo regresar al pasado es también hacer economía retro.
El sector agropecuario es el de mayor fuente de empleo, al tiempo de ser el proveedor de la mayor oferta alimentaria del país, su desempeño en términos de la participación dentro del PIB en 1991 era de 12.4%; en cambio en 2016 fue de 5.6%; lograr que regrese al pasado en términos de su contribución a la economía sería economía retro.
Como podemos apreciar en el examen de las variables mostradas, volver hacia atrás no sería estar desfasado, tampoco ser antiguo, es retomar lo mejor del pasado, unirlo con lo mejor del presente y procurar lo más esperanzador del futuro a modo de fusionar la economía retro con la nueva economía basada en el conocimiento, las que podrían permitir la sostenibilidad del crecimiento alcanzado por la economía hasta hacerla que provoque la inclusión social esperada que genera desarrollo integral.